NIDOS Y HOJITAS
Guillermo
A. Bazán Becerra
A los Turriches,
que desde mi niñez
me acercaron a
un corazón inmortal.
Sus dos nombres, Evila y Daniel,
en la hacienda, los convirtieron ambos en Lita y Nel, desde la época que podían
recordar. Ella era hija de la ordeñadora principal y él era hijo de los dueños.
Tenían la misma edad, Nel apenas con diferencia de cuatro meses mayor. Siempre
congeniaron y todas las ocasiones que podían compartir era un disfrute
incomparable.
Más que en los juegos, disfrutaban
en la búsqueda de nidos, para lo que Lita tenía una habilidad extraordinaria, y
él en coleccionar hojas de formas caprichosas o con matices especiales en su
color, a las cuales le agregaba siempre alguna historia que la explique y Lita
disfrutaba de esos obsequios y los relatos. Lita y Nel nacieron para amar la
naturaleza y la respetaban.
Ya casi iban a cumplir, a su
turno, los diez años, cuando –Nel le dijo:
–¿Sabes qué? En el cuarto de las
monturas y aperos estoy escuchando que por el techo hay una parejita de Turriches. Seguro estarán haciendo su
nido. ¿No quisieras verlos?
–¡Ya! ¡Vamos ahorita!
En silencio ingresaron allí,
cuando entre pequeños saltos la parejita de Turriches
recorría la armazón del techo, debajo de las tejas, dejando escuchar su suave
trino. Se detuvieron y Lita hizo una seña con la mano para que la deje sola.
–¡Ya sé dónde está su nido! –dijo,
saliendo después de un momento–. No te acerques por el lado de la ventana
chica, para que no se asusten.
Después del tiempo necesario que
el nido quedó abandonado, cumplida su misión, Lita lo sacó y fue un regalo más
para Nel, que aumentó su colección. Al siguiente día de ello, ella le llevó
otra sorpresa: el primero de los cuadros que había empezado a elaborar con los
regalos que recibía de Nel. Su título era “Ave con nido”, y con el tiempo
siguió cultivando ese arte y llevándoselo.
Para la secundaria, Lita fue
matriculada en el colegio del lugar y Nel lo hizo en la ciudad, así que sus
horas de compartir se limitaron a las vacaciones. Al concluir la primera
separación, lo primero que hicieron fue ir a ver si los Turriches seguían anidando en el cuarto de monturas, pero solamente
aparecían allí esporádicamente. Dos o tres años después ya no aparecieron,
aunque entre el monte con poñas de
algunos cercos se los escuchaba todavía.
Contra su voluntad, el silencio
entre Lita y Nel fue creciendo de manera imperceptible y hasta cada reencuentro
en su juventud se hacía más difícil, sin poder explicarse cada uno cuál era el
motivo. Al cruzarse a veces, lo que sí era innegable, es que, en sus miradas,
su respiración y sus gestos iba apareciendo cada vez más notoriamente muestras
de añoranza, de vacío que pesaba, de ansia refrenada…
Al concluir su primer año
universitario, Nel tomó la decisión de subsanar lo que sentía estaba afectando
su vida y en esas vacaciones, llegando al hogar, salió de inmediato rumbo a la
casa de Lita. Sus padres le dijeron que hacía pocos meses había muerto por una
rara y veloz enfermedad, agregando:
–Sabía que algún día vendría a
visitarla en su cama de enferma y nos dejó un cuadrito que hizo con mucha
dedicación, por si llegaba cuando ya no estuviera… Es una parejita de Turriches…